jueves, 11 de diciembre de 2008

Martín no tuvo mas remedio.


Martín no tuvo mas remedio que girar el volante repentinamente. Perdió la noción del tiempo y del espacio. Dos segundos después perdió también la conciencia.
Encontaron el viejo ford fiesta grisáceo empotrado contra un árbol, al costado derecho de la carretera. El cuerpo de Martín yacía ya sin vida en su interior.
El teléfono móvil de Julia comenzó a anunciar la tercera sinfonía de Beethoven. Salió corriendo de la ducha y lo descolgó sin fijarse en quién estaba llamando.
Era la madre de Martín, la que tantas veces, durante cinco años, le había invitado a comer la paella de los domingos en su casa.
Intentaba explicarle lo sucedido, pero ni tan siquiera era capaz de hablar. La boca se le achicaba, y el cuerpo, tembloroso, se estremecía en el butacón de la sala de estar. Era incapaz de emitir cualquier tipo de sonido inteligible.
Pero no hicieron falta palabras para comunicar lo sucedido. El corazón de Julia comenzó a retumbar con fuerza en su interior. El horror se cernió sobre ella, implacable. Enseguida supo con certeza lo que estaba ocurriendo.
Era la noticia mas cruel y brutal, la que mas daño pudiera propinarle jamás en toda su vida.
Marisa colgó. Julia se desplomó en el suelo, tapada unicamente con una toalla roja.
La habitación le daba vueltas, se le secó la boca y empezó a tiritar. Entró en un estado total de shock.






La habitación era fria. Las sábanas, las cortinas y las paredes eran blancas. El techo también era blanco. Como única decoración se alzaba a media altura, en mitad de la pared, un reloj negro (con el fondo también de color blanco). Marcaba las cuatro y media, y por la luz que exhalaba entre las cortinas, tenían que tratarse de las cuatro y media de la tarde.
Levantó la cabeza, a su izquierda, y vió el gotero con el gota a gota. A su derecha, en una mesa con ruedas había una botella de agua y un paquete de pañuelos.
Un tipo con bata blanca hizo un gesto desde la puerta y se acercó a él. Comprobó el gotero, le tocó la frente, firmó unos papeles y se marchó.
Julia sonreía desde la puerta. Jamás volvería a separarse de él.

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