Jueves. Pero no son las mismas calles, ni las mismas caras con las que me cruzaba en el barrio.
Antes estaba todo preestablecido, automatizado, diseñado para ser contemplado dia tras dia.
La señora obesa del jersey marrón y las carreras en las medias pasea a su pequeño chihuahua a las doce en punto. El tipo flacucho y arrugado del kiosko vende periódicos. La vecina coja del primero contemporiza su llegada al mercado mientras se queja del mal estado de la acera. La panadera con acento sureño saca cruasanes del horno al son de sus silbidos. El farmaceútico calvo de la esquina disimula al ver a la vecina del quinto con su desmesurado escote entrar a por preservativos y dentífrico.
Ya ninguno de estos personajes me acompañan. Seguirán allí cuando decida volver.
Puede que no me haya parado a pensar en lo que está ocurriendo en mi vida. Creo que así está mucho mejor...
Siempre hago la misma ruta. Ando con paso ligero hasta la parada del autobús. El sol se posa sobre mi cara y me deslumbra. Hay caras que reconozco del trabajo. La calle que atraviesa la avenida, que a su vez, desemboca en la avenida mas grande que uno pueda imaginar. Mientras, voy engullendo las páginas de "El Extrangero", de Camus. Cuatro paradas y llegamos a mi destino. Ahora, esta imagen me acompaña cada dia. Recordarme que llame a mi madre por la noche, cuando llegue a casa.